La gente suele contarme sus historias. Y no me refiero a mis amigos, sino a gente desconocida con la que me tropiezo en la calle. Y no suelen ser nimiedades cotidianas sino secretos bien guardados que a lo mejor no se atreven a revelar a sus conocidos.

Yo siempre escucho, ¿por qué no? Quizá algún día me toque a mi necesitar una oreja.

Esta es una de esas historias:

Thursday, March 27, 2008

Morirse un poco

Hoy me quiero morir porque el amor me aplasta,
Me siento el corazón como si una rodilla
me estuviera aprisionando el pecho
Tú sabes como es
Como un dolor de esófago
Una avalancha de lágrimas que arrastra
hasta golpear el hielo

Nada Nuevo
Bueno, sí, es nueva su sonrisa
Al menos en mis ojos
Y esa dulzura fresca…como si fuera nueva
Y esa mirada esquiva, totalmente inocente
Sin destellos de nada peligroso u oculto

¿Quién nos entiende, humanos?
¿Quién entiende el corazón ajeno?
¿Y qué enciende esa chispa que consume?
¿Y hasta dónde le puedo dejar que me consuma?

Hoy me quiero morir porque el amor me aplasta,
No desaparecer, sólo morirme un poco
Resucitar mañana,
A ver si el nuevo día,
Me alivia este dolor de ausencia
Esta fiebre en el alma
Esta melancolía.

Saturday, March 1, 2008

Esencia de Violetas

Fui a lavar mi ropa a la lavandería porque se me rompió mi lavadora. Había poca gente ese día, un joven vestido con camiseta y shorts del ARMY; una señora de mediana edad que tarareaba una melodía que escuchaba desde un iPod conectado a su oreja y otro hombre, también de edad mediana, que vestía un traje desteñido y un sombrero de felpa. Cada uno hacía lo suyo envuelto en sus propios pensamientos, sin buscar conversación con los demás. "The American Way of Life" pensé.

Coloqué mi ropa en una de las lavadoras y me senté en un banquito de piedra en el área del parqueo. Traía mi libro, por supuesto. Nada mejor que lavar en la lavandería pública para adelantar la lectura atrasada.

No había llegado ni a la segunda página cuando sentí una brisita con esencia de violeta. Un segundo después una figura se materializaba a mi lado. Era una mujer de treinta y pico de años que vestía un vestido holgado, color oscuro. El color del vestido hacía contraste con su cabello rubio teñido . Me parecio un poco desgrenada.
Sonreí cortésmente y volví la vista a mi libro con toda rapidez para no alentar ningún tipo de conversación. En vano.

La chica del vestido oscuro suspiró sonoramente. Un suspiro que decía "mira para aca que tengo algo que contarte." Pero yo me hice la que no habia escuchado la intension del suspiro.

-Bonito día ¿verdad? – Se aventuró a decir.
-Si, muy lindo – dije secamente y seguí leyendo.
-¿Puedo decirte algo?

No me quedó más remedio que levantar la vista hacia ella. Su cara bonita tenía una expresión de tristeza y confusión que me golpeó de pronto. Pero más me golpeó la pregunta que a continuación me soltó a quemarropa:

-¿Alguna vez te ha violado un amigo?
-¿Eh?...No! -Dudé de haber escuchado bien.
-A mi si- dijo antes que yo completara mi pensamiento.

-Fue hace unos días. Necesito contarlo. – dijo mirando hacia sus piernas que balanceba levemente. Feos moretones resaltaban en la blancura de su piel.

-Cuenta – le dije cerrando el libro de un golpe.

"Clara y Alberto son un matrimonio amigo que conozco desde hace ocho años.
Ella estudió conmigo en el "college". Cuando la conocí, ellos estaban recien casados. Hicimos una linda amistad que ha durado todos estos años. Alberto es instructor de artes marciales.
El mes pasado tuve la mala suerte de que un tipo me asaltara en la calle. Me arrancó la cartera y no contento con eso me tiró al suelo. Yo quise levantarme y caerle atras y patearlo, pero no pude…tenía miedo. Nunca en mi vida he dado ni una bofetada. Pensé que a lo mejor Alberto podía darme unas clasesitas de defensa personal.
Tan pronto le conté ese cuento, él mismo se ofreció. Me dijo que fuera los martes después de las 9 al estudio. El martes terminaba temprano con sus alumnos y podía dedicarme 30 o 45 minutos a mi. Yo quería pagarle. El no quiso cobrarme y Clara lo apoyó. Ambos estaban muy afectados con lo que me había pasado.

El martes pasado llegué al estudio a las 8 y 50. Ya había terminado la clase y los alumnos se estaban yendo. El estudio está en el segundo piso de un centro comercial cercano a mi casa. A esa hora sólo quedaba ese negocio abierto.

Noté que las cortinas de la pared de cristal que da al frente estaban corridas. Me alegré porque me daba cierta pena que me viera alguien practicando defensa personal. Me imaginaba lo ridícula que me vería siguiendo torpemente las indicaciones de Alberto.

Me senté en la silla de la oficina mientras el despedía a sus estudiantes. Me entretuve mirando los diplomas que colgaban de la pared. Tiene cinta negra en no se cuantas cosas. Es un hombre fuerte, musculoso y sereno. Sus alumnos lo adoran y lo respetan. 'Yo debí de haber aprendido esto desde hace unos años' – pensé.- Nunca se me había ocurrido que lo necesitaría.
Al despedir al último alumno, Alberto cerró la puerta del estudio con llave y bajó la cortina de la puerta.

El me había dicho que llevara un pantalón le licra y un t-shirt cualquiera ancho, cómodo. El vestía un kimono de algodón negro con la insignia de su escuela, atado a la cintura con su cinta negra.

Yo estaba un poco nerviosa, no se por qué.
El caminó hacia el centro del colchón que estaba en el suelo y me dijo,
-Ven.
Caminé hasta pararme frente a él.
-Vamos a hacer un poco de ejercicio de estiramiento – me dijo. Nos sentamos en la colchoneta . Siguiendo sus indicaciones abrí las piernas en V colocando mis pies delcalzos junto a los pies de él. Estiramos los brazos entrelazando los míos con los suyos. Y entonces él tiró de mi lentamente hacia delante. Sentí como los músculos de mis brazos y mis piernas se estiraban hasta casi doler… pero era una sensación agradable. Mi espalda también se beneficiaba con el ejercicio. Lo repetimos varias veces, tirando yo, tirando él. Lo hacíamos en silencio. Yo había oído decir que todo en ese tipo de cosas es importante la concentración, así que no dije ni pío, aunque lo menos que estaba yo era concentrada. Seguía un poco nerviosa, aprensiva.

Alberto paró de tirar y se levantó . Luego extendió la mano y me ayudó a levantar.


-Mejor ahora? – preguntó
Si- Sentía mis músculos mas relajados.
Alberto dio la vuelta y se colocó detrás de mi. Me dijo,
-Imagínate que alguien te ataca por detrás. Lo primero que vas a hacer es tratar de tirarlo al suelo. Haz como si fueras a atacarme tu a mi.

Se volteó de espaldas para que yo hiciera el intento. 'Haz como que me sorprendes por detrás y trata de hacerme una llave así – me mostró- en el cuello con tu brazo. Yo me separé un poco de él y lo ataque por detrás tratando de agarralo por el cuello. Con increíble destreza me agarró con sus potentes brazos, me hizo dar una vuelta en el aire y caer en el piso echándose sobre mi.

Yo reí nerviosamente –
-¿Y tú piensas que yo voy a poder hacer eso?
-Claro- me dijo - con práctica. Dale.
Traté de hacerlo pero no me salía. El venía por detrás y me agarraba por el cuello y yo trataba de doblarme como él me decía pero no lo conseguía y todo lo que hacía era forcejear con él hasta perder casi el aliento.


Te enseño una vez más, - me dijo- atácame.
Yo ya casi no tenía fuerzas. Con las que me quedaban traté de agarrarlo por el cuello y dar un poco de guerra antes que me tirara, pero que va…me tiró enseguida cayendo sobre mi.
-Okay, me dijo - fíjate como te domino para que no puedas escapar de debajo de mi. Lo mismo tienes que hacer tú cuando logres tirar a tu contricante al suelo.
Con una mano tenía apretada mi muñeca derecha contra el suelo, el brazo estirado sobre mi cabeza. Con la otra mano tenía mi brazo izquierdo inmobilizado debajo de mi cuerpo. Me dolía un poco…pero no me quejé. Con su pierna derecha forcejeó conmigo hasta colocarla dentro de mis piernas, forzándome a abrirlas. Yo ya sudaba bajo su presión y su peso, pero él parecía fresco.

-Trata de salir de aquí – me dijo. Su voz sonaba agitada aunque no parecía estarlo. Yo forcejeé un poquito pero era inútil, apenas podía moverme. En el forcejeo el muslo que tenía dentro de mis piernas me rozaba peligrosamente el centro de mi cuerpo. De pronto senti una sensación agradable que me desagradó sentir.

Alberto…no puedo salir de aquí, suéltame un poco que me duele el brazo.
El aflojó un poco pero sin soltarme- Trata ahora…
-No, no puedo - dije casi en un susurro- estoy agotada.
-Sí puedes – insistió poniendo presión entre mis piernas. Su muslo seguía rozándome. Acercó su torso al mío y pude sentir lo acelerado de los latidos de su corazón. El mío también latía con fuerza. Sentí miedo. Ahora podía sentir su aliento cálido en mi cara. Su cuerpo entero sobre mi cuerpo, los poderosos músculos de su piernas sobre las mías, la derecha rozando, ya sin duda intencionalmente, la zona mas erógena de todo mi sistema.

¡Alberto basta!- le dije. No sé si en un tono convincente porque no se movió.
Supe que estaba en una situación de intenso peligro. A pesar de que había logrado excitarme no quería que él se diera cuenta. Quería pensar que todo había sido casual, pero comencé a atar cabos.

Alberto siempre me había tratado con respeto, pero en más de una ocasión le sorprendí una mirada furtiva hacia mis piernas. Incluso Clara me dijo que Alberto le habia dicho que si ella tuviera las piernas mías fuera perfecta. No podía creer que por un par de piernas Alberto iba a cometer un acto de esa naturaleza contra la integridad física de un persona que, además era una amiga de tantos años. Traté de conservar la calma. Me quedé quieta. Pero él no, por el contrario, comenzó a moverse sugestivamente sobre mi.

-Yo sabía que tú lo querías tanto como yo...
-¡No! - grité llorando, comprendiendo de una vez que no había regreso...¡Suéltame Alberto!- Supliqué- Soy tu amiga...no puedes hacerme esto!
-Si...quiero hacerte esto y otras cositas - me susurró, su aliento cálido en mis oidos... en mi cuello. Empecé a llorar desconsoladamente
El bebía mis lagrimas acariciando mis mejillas con sus labios ardientes. Yo no podía evitar que un cosquilleo de placer recorriera mi cuerpo.

Sentía como crecía y se endurecía aquel bulto entre mis piernas. Yo lloraba, enojada conmigo misma por desear tan fuertemente a este hombre que había traicionado mi confianza, que me estaba forzando, que me estaba humillando...

Sacó la mano que me tenía doblada debajo de la espalda y me la sujetó por la muñeca por encima de la cabeza junto con mi otra mano. Forcejeé por soltarme pero él apretó más fuerte. Ya tenía un muslo dentro de mis piernas y entonces puso el Segundo. Con sus dos piernas me forzá a abrir más las mías. Yo traté de cerrarlas y moverme hacia un lado, pero era inútil y al ponerle resistencia sólo lograba excitarlo más.

-No te impacientes - me dijo- ya voy...ya voy...
Con su mano libre bajó mis pantalones...Metió la mano en mis panties. Supe que iba a manosearme y me aterró la idea de que notara lo mojada que estaba...no podía permitirlo. Hice un acopio de fuerzas aprovechando que él estaba concentrado y traté una vez más de librarme pero todo lo que conseguí con mi forcejeo fue que se acomodora mejor sobre mi y que finalmente hurgara con sus dedos en el secreto que nunca hubiese querido revelarle...
-Uiiiiiii, estas mojadita - dijo relamiéndose como un lobo babeante ante una oveja indefensa y temerosa....- yo sabia, p....! "

Y te violó el muy desgraciado!
Dije yo saltando del banco, sientiéndo que esta mujer había ido un poco lejos al contarme su experiencia.

-Si - continuó - Me penetró salvajemente...
-Entiendo...no tienes que darme los detalles
-Sí, tengo. Tengo que decírtelo todo...-dijo con lágrimas en los ojos. Era la primera vez que levantaba la vista de sus piernas desde que comenzó el relato.
-Esta bien, cuéntamelo todo...-me volví a sentar.

"Alberto se tomó su tiempo en penetrarme. Estaba resuelto a hacerlo de manera que pareciese que ambos estabamos de acuerdo. Jugó con sus dedos hasta que logró llevarme a una excitación fuera de control. Olvidé todo porque sólo podia sentir. Las sensaciones eran tan fuertes que bloquearon mi entendimiento... Más...más, me escuché diciendo. Y él me decía cosas obsenas y humillantes que sonaban excitantes en mis oídos...sabía que era una locura, una traición a mi amiga y a mi misma...pero sentía placer...placer en aquella posesión forzada y pecadora. Lo odié, me odié, lo insulté...o eso creía yo...mis insultos eran más fuego para aquella leña...De pronto me di cuenta que tenía las manos libres y con ellas estaba desgarrando sus pantalones. Yo misma busqué su miembro...yo misma lo coloqué entre mis piernas. Yo misma le pedí, casi le supliqué que me lo..."

-¡Si, yo sé...! ¡No tienes que culparte!.-Casi grité... ¡Qué horror amiga! ¡Qué experiencia más terrible...pero no es tu culpa, hija...la carne es débil...!

Yo no sabía qué rayos decirle a aquella mujer que ahora me miraba con ojos de desconcierto.
Se levantó y se esfumó igual que había venido, dejando atras por unos instantes su esencia de violeta.

Ella no quería mis consejos. Ella no quería mi simpatía. Ella ni siquiera quería mi opinión.
Ella sólo quería contarme su historia.